El lunes 23 de febrero de 1981, Daniel Gavela libraba. El por entonces adjunto al jefe de la sección de Nacional de EL PAÍS tenía una cita a las 18.30 en la plaza de las Cortes, pero al llegar se encontró la zona acordonada. Se percató de que algo grave estaba pasando, llamó a la redacción, subió a un taxi y puso rumbo al periódico. Desde ese asiento, empezó a vislumbrar algunas luces en medio de tanta sombra. En Radio Nacional, la emisora que llevaba el vehículo, empezaron a sonar marchas militares. “Fue como un regreso al túnel negro de la historia”, recuerda hoy. Siete minutos antes, a las 18.23, el teniente coronel Antonio Tejero había entrado al Congreso de los Diputados con el arma en alto e interrumpiendo a golpes un pleno para la votación de investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo como nuevo presidente del Gobierno. En ese mismo momento, Juan Luis Cebrián (hoy presidente ejecutivo del Grupo PRISA y entonces director de EL PAÍS) mantenía una entrevista en su despacho con un aspirante a redactor en el periódico. El “¡quieto todo el mundo!” de Tejero antes de apuntar con su arma al techo del hemiciclo se escuchó entonces en la radio y revolvió las tripas a los que habían estado prestando atención a una rutinaria retransmisión. Uno de aquellos espectadores era Augusto Delkáder, subdirector del diario en 1981, que inmediatamente interrumpió la cita del director para pedirle que subiera el volumen del transistor. “Juan Luis, Juan Luis, sube la radio”, le espetó. Cebrián y Delkáder, como los demás oyentes, no vieron entonces cómo los diputados escondían sus nucas debajo de la mesa, ni las agallas de Manuel Gutiérrez Mellado, el general que le plantó cara a los golpistas con una frialdad que aún pone los pelos de punta. Sí taladró sus oídos la ráfaga de disparos de Tejero.
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